¡Qué historias!



Cenando una noche en Madrid con un cliente inglés de un cliente inglés, me percaté de lo mucho que este sabía sobre las batallas de la historia. De hecho, se las sabía todas, y lejos de ser únicamente una colección de datos, era capaz de relacionarlas, explicar estrategias, describir personajes y armas…y hacerlo todo de forma muy amena. Esa noche no hubo negocios y si una continua sucesión de preguntas para ponerle a prueba. Y no falló ni una (o eso creemos al día de hoy).

Desde entonces, aprendí dos lecciones; una de historia, que ya he olvidado; la otra, que todos tenemos algo de lo que sabemos muchísimo, y que siempre se nos aparece la oportunidad idónea para demostrarlo.

La gente tiene historias o se las inventa.
Los hay “viajados” y te dan la vuelta por el mundo llevándote a lugares que ni siquiera hubieras imaginado que existieran…o que un buen día un tipo te hablara de ellos para tu envidia o para tus bostezos – lo cual no es una mala táctica para esconder la envidia más profunda -.
También los hay “trabajados” y te someten a la revisión implacable de su currículo, no sin antes hacer las oportunas disecciones de sus logros, sus facturaciones, y la gente tan importante que han conocido. Esas empresas tal y como las cuentan seguramente jamás hayan existido…pero las describen tan bieeeen…
Una especie en extinción son los “batallados”, criaturas inclasificables que se han pasado la vida haciendo cosas diferentes, y se vanaglorian del “aquí y allá” sin darse cuenta de que en sus relatos faltan años suficientes para situar todo ese maremagnum de experiencias. Los buenos te hacen creer que has perdido el tiempo, pero los malos, te hacen sospechar que han perdido el rumbo.
Pero hay un grupo al que yo admiro profundamente; es el de los “evangelistas” y están especializados en hacer suyas las historias de otros, o como mínimo, haber estado allí para ahora podértelo contar a ti. Son individuos absolutamente creativos, rápidos, locuaces y en la mayoría de las ocasiones, simpáticos. A veces, hasta tienen la decencia de citar sus fuentes – “esto le pasó a…- pero es normal encontrárselos convencidos de que todo les ha pasado a ellos mismos. Y anda por donde, ahora tú tienes la suerte de que te la suelten…Mi admiración no es por el relato, sino por su rara habilidad para escoger historias que vienen al caso y dejarte sin argumentos, o por lo menos, no a esa altura.

El marketing tiene que tener una buena historia que contar, más allá del mix…que ya nos la sabemos todos. Puede ser una historia con rodeos o una historia directa al grano, una experiencia irrebatible o un cuento chino de sorprendente encaje. Y tiene que tener estilo propio; se puede apostar por los hechos bien hilados, si se dominan y el de enfrente, traga, o se puede recurrir a la parábola, si se es rápido de mente y toca delante un tarugo.
Como sea, pero que se cuente algo, por dios.

Yo ya no me acuerdo qué vendimos a aquellos ingleses – me da que nada – y sin embargo y desde aquel día algo dentro me pide ir a Austerlitz.

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