El gran salto



8 de la mañana de un viernes de abril. Con lluvia, muchísima lluvia.

Un plató en el centro de Madrid. Una cita inamovible. Una previsible jornada de mucha acción, esfuerzo, … pasión.

Local vacío. Blanco y rosa. Un mágico universo en el que solo unos pocos lo preparan todo, deseando dar la bienvenida.

Poco a poco llegan las chicas, respondiendo fieles a la llamada de lo que creen puede ser su fama. Con novios, amigas, familia … o solas. Con timidez, entran. Preguntan. Se inscriben con nerviosismo. Están a poco tiempo de su momento, tal vez de su mejor momento.

Dentro, la espera. Formularios que se hacen interminables. Ruidos de bolígrafos mientras pasan de un lado a otro. Preguntas sobre cómo son, qué sueñan, qué buscan ... Desde el suelo, apoyadas en la pared o sobre la espalda de una cómplice amiga, escriben y comparten ese pedazo de sí mismas. Los nervios aumentan.

Algunas leen lo que llevan o encuentran, otras recurren a sus móviles, en llamadas cómplices, en un tiempo que desean que pase rápidamente. Las más decididas hacen nuevas amigas o recurren a las que han llevado consigo. La compañía es un bálsamo contra el agobio. Contra ese estrés incontrolable.

También se miran. Con disimulo, pero se miran. Por sus mentes deben de pasar muchas impresiones. Seguramente comparaciones rápidas, creencias en sus propias posibilidades, deseos de que también las demás estén pasando por lo mismo que pasa una misma.

Y todo esto pasa mientras el goteo de aspirantes a modelos pasa al otro lado. Un rincón profesional, con aspecto casi cinematográfico, mágico. Disparos. Luces. Poses. Sonrisas. Provocación. Insinuación. Deseos de ser la elegida.

Cuando su momento termina, se sueña en que ese momento de alguna manera no termine nunca.

Y ajenas a sus propias lágrimas, algunas lo llamarán esperanza.
Tal vez presas de sus tempranas sonrisas, todas lo llamarán ilusión.

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