El sempiterno glamour


Hay una curiosa semejanza entre el canon digital y las prácticas impositivas de fotógrafos y agencias de modelos en el mundo publicitario. Es una especie de pataleta, de desconfianza por un hipotético uso fraudulento, un deseo de controlarlo (y cobrarlo) todo. Y por los siglos de los siglos, amén.

Antes, un fotógrafo te daba cita, acudías a su estudio, y tras muchos intentos por encuadrarte, colocarte los brazos y arrancar de ti esa sonrisa no de foto – y al final, todos tenemos la misma…en las fotos – te cobraba y te daba el material. Como mucho te adjuntaba una tarjetita – para repetir o recomendar – o si era generoso, te metía todo en un sobre con sus datos. Y ya está, a olvidarse. Pero esos eran los fotógrafos de retratos familiares, y pocos sobrevivieron a la criba del fotomatón – que buen nombre y qué apropiado -.

También los había y hay de eventos socio-familiares, que por lo menos se desplazan al lugar de los hechos, se comportan como reporteros y luego tratan de colocarte fotos de gente que jurarías por lo más sagrado que no estaban allí. Cuando la verdad es que se deseaba que nunca hubieran estado allí. Con dolor de corazón se les pagaba y ¡aire!

Pero yo quería referirme a esos de grandes cámaras y pequeños estudios – que casi siempre alquilan – y de impresionantes books llenos de desnudos, primeros planos y bodegones. Los fotógrafos "artistas" de caché inflado y despliegues hollywoodienses – que si peluquero, que si estilista, que si el que me lleva los focos…- y que en el colmo del cuento, se le presentan a uno como fotógrafos de actitudes, que es una manera rebuscada de decir que sus fotos no son solo disparos, sino obras de arte en si mismas…y que ellos no captan instantáneas, sino instantes. Pero lo cierto es que ni lo uno ni lo otro, a juzgar por lo que tardan.

Y también me refiero a esas y esos que se ponen delante y que no son una familia, sino caras bonitas que simulan amar la marca, apasionarse con lo que visten o usan – por un momento, perdón, instante – protegidos por los/las grandes tajadistas que vigilan hasta el último detalle tratando que no nos pasemos ni un minuto, ni una foto, ni un pelo.

En esta asombrosa galaxia del glamour y el cuento chino, todo estaría más o menos bien si uno tuviera la certeza de que cuando se termine la sesión o cuando el señor fotógrafo entregue bastante más adelante todos los materiales “adecuadamente” retocados – casi siempre pasándose en tonos de color, brillos que no existen o siluetas imposibles – no sufrirán más nuestros bolsillos. Pero no, es solo el comienzo. ¡Bienvenido al maravilloso mundo de los derechos de uso y difusión!

Para la tele, la prensa o las marquesinas, se cuentan todas ellas y a pagar toca. Que no solo era España, sino también Sri Lanka…una rápida tarifa para el uso en las revistas o en los puntos de venta de ese país tan a la vanguardia, tan a la moda…¡y ya está!. Que se quiere para Internet, pues no hay problema; ¿cuántos países y personas hay en el mundo? Pues se suma, y eso.
Y por supuesto, para uno o dos años, que los artistas tienen su imágen y su precio, no vaya a ser que la quememos o la devaluemos, por ese orden.

Cuando uno contrata a esta gente, debe pensar en que pone en marcha un contador incontrolable. Si tiene mala suerte y sus campañas no funcionan, usted ya ha firmado y paga. Si todo le va bien o mejor, no se las prometa muy felices, porque vendrán a cobrarle. Su éxito es su dinero extra.
Pero si se le ocurre salirse del guión o tomar decisiones nuevas – aquí sí, aquí no, allá más, allá pero de otra forma – no ha hecho sino dar forma a un nuevo contrato, que tendrá que renegociar al alza. Y ni se le ocurra ocultarlo, que le pillarán porque tienen miles de ojos y chivatos.
Hasta en Sri Lanka.

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