Años más tarde, ya sabiendo la verdad sobre los padres y los Reyes, pregunté a mi madre por estos imperdonables hechos…pero ya era demasiado tarde; ella no recordaba algo llamado madelman.
Esta pequeña historia que no pretendo sea común a mis contemporáneos – yo fui el único sin madelman habiéndolo pedido tres o cuatro veces – viene a ilustrar cómo los viejos recuerdos pudieran convertirse en objetos deseables cuando uno ya es dueño de la situación, o sea, lo suficientemente mayor y pudiente como para comprárselos uno solito. Y sin embargo, algo falla.
Cada temporada, grandes editoriales de omnipresencia en quioscos tratan de reavivar sueños infantiles a través de toda clase de míticos artilugios. Indiscriminadamente, echan la vista atrás y revientan el baúl de los juguetes olvidados, de los libros nunca estudiados o de las maquetas que nunca supimos hacer.
Pero son antiguos, los hemos visto, y se supone que no podremos resistirnos a rescatarlos. Por piezas o fascículos sí, para dilatar el deseo, para que nos ayuden nuestros hijos a armarlos – yo me acuerdo y mucho de Miguel Ángel Moreno – para sacarnos el dinero a varias generaciones X – que siempre son las de nosotros mismos -. Y este marketing desborda el quiosco y se refugia en televentas, y lo que es peor (o mejor, según se mire) se manifiesta con todo su esplendor en mercadillos de barrios y pueblos llamándonos a no pocos, antiguallas. Por qué cómo sino definirnos cuando nuestros cómics de hace unos años se codean con cuadros de cuando Prim o gramófonos de cuando Caruso…
Siempre he creído en que el uso de la nostalgia es un buen driver de marketing, y que el mercado existe porque no paramos de cumplir años. Pero muchos fabricantes y anunciantes – y con ellos, sus agencias – parecen caer en la trampa de que a todos nos gusta recordar más allá del momento del “ah, ya me acuerdo” o el “¿te acuerdas?”. Y por eso, este desfile de resurrecciones dura una o dos semanas – las apariciones quincenales – o una o dos suscripciones – las de los más impulsivos o más ligeros de bolsillo -. Y mueren ahí, en ese encomiable intento. Y lo curioso es que al año siguiente, más, por si los años nos ablandan.
El flashback marketing siempre tendrá su hueco en nuestros corazones porque nos recuerda muchas cosas perdidas o confundidas en nuestras memorias. Pero eso no significa que a estas alturas se nos infle de tal manera la vena coleccionista que corramos despavoridos a llenar nuestras casas de infancia y que además, tratemos de explicársela y que les interese, a nuestros hijos.
Yo, si me atrapan, recuérdenme que invite a Miguel Ángel Moreno, dondequiera que esté.
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