Malos tiempos para la lírica


Cuando yo vivía en y de Internet, vender la moto era relativamente sencillo. Aprovechamos un momento especialmente propicio en el que el mundo parecía removerse en sus cimientos, la gente te escuchaba como a un elegido, y cada palabra, cada acto, cada pequeña movida corporativa era inevitablemente un artículo de un par de columnas en Expansión…y un buen trozo de código html en innumerables webs.
La parábola y la poesía funcionaban porque todos estaban o entregados o dormidos. Y además teníamos el burn rate, ese invento de los financieros.com – y no pocos consultores oportunistas – que consistía en profesionalizar lo que en cualquier empresa se llamaría simplemente gasto. Pero ese "burn" (“quemar” en inglés) era bastante significativo de lo que hacíamos y nos pasaba; literalmente, utilizábamos lanzallamas.

En ese mundo feliz, me creí no solo que la felicidad duraría siempre, sino que era algo reservado a unos pocos iniciados – yo entre ellos, por supuesto -. Esto me permitió pasearme por una parte del planeta que jamás habría visitado en un trabajo normal y salir más asiduamente en la prensa que la columna de información meteorológica. Y siempre con las mismas cosas. Y siempre con tan poco que decir, pero…tan importante.

Cuando todo acabó – al menos para mí – volví a la realidad de las notas de gastos (con límites de gastos) a las presentaciones comerciales con fundamento, y a las reuniones en las que la anchura de la celda de Excel es razonablemente normal…y que solo se modifica si hay razones sólidas para hacerlo.
Me adapté entre lágrimas, y el sacrificio valió durante un tiempo la pena. Las motos, con otra cilindrada, podían seguir vendiéndose y aunque echaba de menos las medallas y los ramos de flores a pie de avión, mi autoestima más o menos permaneció intacta.

Años de economía variable más tarde, las cosas, pues como que no vienen tan bien dadas. La desaceleración se va convirtiendo en frenazo – pero de esos con freno de mano y trompo – y los clientes se resabian. Presupuestos que se estiman de manera inversamente proporcional a la evolución del brent, desconfianza por causa de tener un maldito mercado de desconfiados, directores de marketing y directores de compras que no parecen estar especialmente interesados en las técnicas milenarias del seppuku, o en el colmo de la excusa inexcusable, hay gente que parece no invertir o pasar pedidos por la confusa situación de las votaciones en las primarias demócratas norteamericanas. Tan lejos, tan cerca.

Y en eso, todo vale porque parece ya no valer nada. Los de los discursos bonitos, los de las promesas remuneradas, los de los powerpoints hipnóticos – te gusta, te gusta, te gusta…- o los del “lo que quieras al momento te lo hago”, pues…estamos perdidos.

Sí, son tiempos convulsos, momentos estúpidos en los que nos afecta un dato PIB que no entendemos y donde nadie se mueve. Ni para firmar ni para cambiar de aires.

He pensado en el cambio de chip pero me siento mayor y testarudo para ello. Yo sé que esto pasará, y lo importante es estar encima de la ola y no hundido por el ancla.
Lo que si debemos hacer es retocar un poco nuestro manual de estilo y cambiar lírica por prosa. Que digo, lírica por texto del B.O.E. Directamente.
Nota:
El azul del mar inunda mis ojos,
el aroma de las flores me envuelve,
contra las rocas se estrellan mis enojos
y así toda esperanza me devuelve...
(Golpes Bajos, 1983)

1 comentario:

Kayser Sozé dijo...

Acabó y acabó mal. Lo mató la Telefónica. Y Morgan Stanley ("tu trabajo de banquero..."). Y las eléctricas, con un billón para gastar. Y los que usaron la pasta para montarse una sede con vistas al mar. Sin embargo, entre los que sucumbieron (y entre los que el sistema incorporó, pastizara mediante), había gente de lo más virtuosa, empresarialmente hablando.