Post festum, pestum


Que España gane la Eurocopa es la acción de marketing más sorprendente que podía haber hecho España. Y esta vez sí, toda la maquinaria de branding oportunista y caza-shares-caza-ringtones – desde el “podemos” de Cuatro hasta el “a por ellos” recuperado de La Sexta mundialista…- han tenido algún sentido. Con lo que lo harán nuevamente dentro de dos años, cuando el mundial, y sea quien sea la que se lleve los derechos de emisión y se instale en la nueva plaza roja.

Esta es la mejor prueba de que el marketing con buen producto es eficaz, nos llena y seguramente, fideliza (al menos hasta que vengan mal dadas).

Pero lamento decirle que el sueño se ha acabado y que la España campeona no puede estirarse mucho más. Porque han vuelto a salir las vacas flacas a pasear, y todos, de nuevo, al lío.

Qué poco nos importa ya hasta dónde llegue el petróleo, los tipos de interés, el % de crecimiento o el precio del pollo. De hecho, ya se ha convertido en la inmensa porra nacional donde puede participar hasta el más inexperto. Porque a porras no hay quien nos gane, al menos en índice de participación.

Ahora preocupa el paro, pero ya no ese de los pobres cazados en el pinchazo constructor – que nos pilla tan lejos – sino el que se le acerca lanzando los primeros señuelos en forma de parones de actividad – que usted sigue achacando al pre-verano o a la inocencia ZP – en incertidumbres de cuando llegue septiembre, o en que su teléfono suena menos y gasta más su tiempo en esas reuniones internas de a ver cómo rayos salimos de esta.
Si lo piensa, usted de verdad cree que ya no puede estar seguro en su sitio. Pero no lo piensa. Sabe que si esto aprieta más, más cierran, más retrasan decisiones, menos compran, y habrá menos razones para seguir haciendo las cosas que solíamos hacer y de la forma en que las estábamos haciendo. Este bonito trabalenguas se resume en la máxima que recomiendo grabe en su mente; no puede quedarse quieto.

Busque formas más agresivas de acercarse al mercado, hágase entender entre los suyos – a su empresa me refiero – y lance un grito de guerra que les suene a pánico, a armaggedon, a o espabilamos o todos a la calle. No son tiempos de verlas venir ni de lamentarnos de nuestra mala suerte. Esos tiempos han pasado y ya les pusimos culpables. No es el momento de la paciencia, sino de la inconsciencia. De los kamikazes.

Un mercado que se desacelera no significa que desaparezca, sino que se reordena. Y en el nuevo orden no hay sitio para los que se han escondido, sino para los tapados, que es muy distinto. El que se esconde es un cobarde por inacción, pero el que se destapa es un valiente por oportunismo.

Pero asumir esta clase de riesgos no va con la mayoría de empresas que en los tiempos de bonanza se han cargado hasta las cejas de costes estructurales y de procesos burocráticos cuyas sobre-dimensiones no son sino el triunfo de un avispado asesor o del poder administrativo queriendo también hacer marketing. Y eso a ver quién lo desmonta ahora sin que cueste mucho dinero. Es más fácil seguir dándoles el poder, aunque bloqueen nuestra capacidad de acción y reacción. Y más cómodo seguir pensando que con lo mismos y con más orden se atravesará el huracán dure lo que dure su paso. Pero lo cierto es que solo se está haciendo más hondo el refugio, y a cierta profundidad, ya es tumba.

Si este es su caso y esto es lo que le rodea cada mañana, tiene el dilema de o ponerse en las manos de sus financieros – que todos sabemos que son los más indicados para sacarnos de una crisis comercial – o buscarse otro trabajo. Sí, me ha oído bien, buscar y en los tiempos en que nada ni nadie se mueve y su caché está en clarísima deflación. Pero tal vez sea esa la estrategia más certera del tapado en el nuevo mundo.