
Evidentemente, algo como la Iglesia no puede estar con el tempo del marketing, que en casi todas las ocasiones, es el tempo de la sociedad y la vida que le toca o ha querido vivir. Que a estas alturas de la película se declare que Halloween y lo que comporta, atenta contra sus principios es una reacción destemplada y "destiempada".
La vieja historia de los ritos paganos anti-cristianos, esos que hacen revivir a los muertos - uuhhhhh - desenpolvar bonitas leyendas - como la del descabezado Sleepy Hollow, en el que solo parece todavía creer Tim Burton - y hacer que los niños se lo pasen simplemente bien, con sus trucos o tratos, aunque a veces sus tripitas no tanto.
Halloween es una mágnifica noche de disfraces y una extraordinaria comunión - uy, perdón - de infantes que hacen lo que saben hacer; ponerse en pandilla, acicalarse monstruosamente, ir a pedir y reirse de sus propios miedos. Y sin necesidad de entonar villancicos o de ponerse tristes por la paz mundial, que ya tendrán su tiempo y sue mentores.
Ver en Halloween una "norteamericanización" de costumbres es la conclusión simplista de la coincidencia en fechas, y de que el producto - y su marca - le han ganado su público. Porque a quien se quiere reir no le puedes poner a llorar santos o a visitar difuntos. Ni siquiera le puedes pedir que guarde silencio, aún a riesgo de que el cielo le caiga sobre su cabeza.
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