Arrímate, muchacho y no te me apartes, viejo


El cobranding cinematográfico de "estrellas" no es nuevo en Hollywood, pero lo que en la época dorada era un imperativo de gran estudio - salvo los actores y actrices en condiciones de "probar" y los pocos directores en condiciones de "elegir" - en eras más recientes es algo entre el marketing de box-office y el capricho de unos y otros.


La fórmula no sale siempre del todo bien, comercialmente hablando, sobre todo en esos casos en que la "unión temporal" de marcas responde al capricho de un actor - más que actriz - que decide "arriesgar" imagen para proyectar esas otras cosas que le sacan del estereotipo, del modelo, del "muñeco". Sea porque va a por el Oscar o porque su dinero le permite jugar hasta la peligrosa frontera del cine de autor.

Lo hemos visto en ese Brad Pitt de selectos proyectos que le afeen, de vez en cuando en George Clooney, que incluso le permiten saltar a la silla con letras impresas, en un Will Smith que a veces superhombre y a veces, supernegro, o ese Tom Cruise, que quiere interpretarlo todo, hasta los de los extras.

Hay otra categoría más "fiel" que es en la que se engloba gente como Johnny Deep, muy difícilmente inseparable de las fantasías de Tim Burton - salvo para piratas y gangsters - o más rotundamente, Leonardo DiCaprio con Martin Scorsese, donde la química es total porque los objetivos son el más perfecto win-win...tu me sacas de ser siempre niño, tú me sacas de ser el de Taxi Driver.

Y las marcas show-business entonces, como una sola, y vendiéndose bien, hasta en los tiempos en que los avatares de turno amenazan con llevarse hasta el último dólar que ha dejado la crisis.

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