Z3PO


La historia de la humanidad (y sus historias) está llena de creaciones de hombres falsos. Ya en los primeros tiempos, estos diseños tenían dos manifestaciones tan importantes, que al día de hoy todavía heredamos. Por un lado, el arte, y que de acuerdo a cada época, era una forma inevitable de demostración de talento, de acercarse a la divinidad (la creación) y también, de inicios y reconocimientos de tendencias estéticas. Por otro, la utilidad, con la fabricación de objetos que podían servir para varios usos, pero que cuando se acercaban a la forma humana, servían sobre todo para ahuyentar. Hablo de espantapájaros en los albores de la agricultura, y de soldados simulados desde las primeras guerras.

Respetando esa idea de utilidad, la historia ha ido reinventando a estos seres añadiéndoles a cada siglo más leyenda. El Golem o Frankenstein son los ejemplos más claros de cómo la mente humana era capaz de alimentar el viejo sueño de la fabricación de prototipos de superhombres, productos con vida propia pero que seguían respetuosamente las instrucciones de su creador. Aunque las cosas no siempre salían bien, por culpa de tecnologías precarias y de conciencias sociales más preparadas para el melodrama que para la producción en serie. Ya en la revolución industrial, la utilidad restó gran parte del glamour autómata, y durante muchos años, los que tenían que haber sido los nuevos hombres fueron simplemente…máquinas.

Hoy a nadie le extraña oír hablar de robots, de inteligencia artificial, de ordenadores que ganan partidas de ajedrez o que aprenden a sentir. Incluso nuestra memoria colectiva guarda nombres de robots y androides ficticios como marcas. Los del cine, que nos han hecho creer para siempre que existirán en algún momento del tiempo, pero que nunca llegaremos a conocer. O eso creen ustedes…

Sí, yo me percaté hace 5 años de que tenemos al menos uno entre nosotros. En aquel momento no le presté demasiada atención, pero presentaba ya la sintomatología más evidente del autómata:

1. Movimientos mecánicos que en ocasiones son asincrónicos
2. Expresiones verbales con falta de fluidez, y en ocasiones, con alteraciones tónicas destacables.
3. Incoherencia gestual (incluso en los modelos de acabado humano más conseguido)
4. Cadencias acentuadas, especialmente en las fases en que son preguntados (velocidades variables de procesamiento de datos)
5. Temporalidad de discursos y actos (por evidentes reprogramaciones y actualizaciones de memoria)
6. Desconexiones secuenciales (seguramente debidas a autonomía de funcionamiento)
7. Ausencia de impulsos emocionales (si bien esta tara parcialmente se corrige con las alteraciones tónicas debidamente programadas)
8. Funcionalidades cíclicas (lo que exige reprogramación o en los modelos así preparados, intercambios de tarjetas de datos)

Este robot entre nosotros ha sido especialmente diseñado (y programado) para cumplir una misión de bien social y con una duración no superior a 40.000 horas, con el debido mantenimiento. En este mantenimiento se incluye ya no solo la revisión de sus principales mecanismos, sino lo que es más importante, la secuencia de programación de sub-misiones.
En tiempo y forma, para no derivar en malos funcionamientos, reacciones desproporcionadas o más evidentemente, actuaciones ajenas a la realidad del momento en que opera.

Hoy ese autómata tiene aproximadamente 4.800 horas más de vida mecánica útil, y la complejidad tecnológica de la ampliación desaconseja cualquier actuación en este sentido.

Pero lamentablemente el problema que tiene (y tenemos, con él) no es de hardware, sino que el software que contiene no ha sido concebido para resolver situaciones caóticas tan lejanas a la misión global. Esa para la que fue creado por quién fuera…y tras la que será automáticamente destruido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es un robot de verdad, hombre. Dentro hay un actor que sigue un guión. Pero está bien conseguido.