¿Ya es el año de la madre?


Se decía en un episodio de El ala oeste de la Casa Blanca que cuando América quiere un padre, vota a un republicano, y que cuando quiere una madre, vota a un demócrata. El padre es firme, poderoso, preocupado por la imagen exterior de la familia y velador de los intereses del clan, dondequiera que estos existan. La madre es dialogante, protectora, vigilante y paladín de la economía familiar.

Esta es una buena descripción simbólica de dos opciones políticas vistas desde el punto de vista de la gestión, que no de sus visiones del mundo. Que son prácticamente las mismas.
Y también y hasta cierto punto, una forma aceptable de definir con palabras simples los principales valores de marca ideológica en Estados Unidos.
Porque en América como en Europa, lo que nos llega y lo que nos capta son las marcas y no las ideas. En realidad, la marca política se construye de ideales, que es una forma de posicionar las ideas en el campo de las percepciones sociales, y que poco tiene que ver con la utopía y sí con las capacidades que se tienen para gestionar. A ser posible sin desviarse demasiado de las ideas que se han vendido.

Hoy sabemos después de cinco largos meses que una madre ha ganado a otra, y que en noviembre debe vérselas con un padre. Y en ese duelo parri-matricida deberán demostrar ser capaces de conectar con lo que el pueblo americano quiere oír, lejos ya de los discursos steinbeckianos, de las reivindicaciones líricas del gran sueño americano y de echar todas las culpas al que ya no le queda crédito oval ni si pudiera, ganas de renovarlo.

En unos meses, sabremos si la madre superviviente yes, she can después de sus goteos caucásicos – por caucus – y su primera ola hiperpopulista a la caza de los votos electorales, de los devotos mandamases demócratas, y de los favores sombríos de los lobbies.

La madre Obama ha resultado ser más madre que la madre Clinton – esa mujer con dos cabezas – y en el camino de la nueva historia americana, en su mutua pre-destrucción, han demostrado que un negro y una mujer pueden ya no solo ser madres, si no tal vez presidentes. Pero una cosa es la disputa en el hogar – demócrata - y otra muy distinta, la pelea en el trabajo – las elecciones presidenciales -. Y o mucho me equivoco, o a los norteamericanos sigue sin hacerles demasiada gracia que se les cambie la raza - o el sexo - de Mr. President. Cuando llegue la hora de la verdad, el de las patatasMcCain – ese hombre que huyendo de la herencia Bush Jr. corre la banda derecha hasta el centro del campo, rescatará su identidad más republicana y trasladará sutilmente a la opinión pública la convicción americanísima de que sin padre se pierde toda la fuerza, y que además, la madre de enfrente es totalmente inusual. Que en lenguaje electoral significa ¿?

La madre Obama muy probablemente kennedyzará su imagen, intentando por enésima vez rescatar la memoria de alguien cuya marca, 45 años después, hemos sobrevalorado.
Pero las marcas no viven solo de su historia, sino de sus identidades propias, de sus compromisos más allá de sus discursos y sobre todo, sobre todo, de la confianza que generan y del orgullo que provocan. Cuando las usas, te las pones y las enseñas.

Esta nueva América no ha cambiado tanto, a pesar de tener que reinventar su función planetaria a cada año y a cada sobresalto. Y no parece suficiente el follón de las subprimes, las calamidades logísticas durante Katrina, las airadas reivindicaciones de toque a retirada de Irak, o que Bin Laden – o lo que quede de su cuerpo o alma – parezca haber incumplido su coránica misión de teñir de rojo los días 11.

Porque si el padre hace que escucha, a su fortaleza física añade corazoncito. Y la nueva madre, por lo que injustamente arrastra su imagen, tendrá que luchar por que muchos la consideren igual y que además, pueda trabajar fuera de casa.

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