Vidas en imágenes, a instantes, pero por todas partes



El pistoletazo de salida lo dio Facebook, despertándonos esa pulsión irrefrenable por meter en imágenes y airear nuestras vidas y las otras. Las redes posteriores aprovecharon el tirón y con la ayudita de la movilidad - Flickr o Pikasa, ummm, demasiado estáticas - nos hicieron creer que todos eramos content managers, lifecasters, micromedios gráficos...sin importar a quién le importe tu obra, milagros e instantes. Desde Foursquare con sus badges - ya no solo vale ser Mayor, sino explicitarlo con fotos - hasta el fenómeno Instagram, la "japonesización" colectiva nos ha hecho caer en esa dinámica de que cada momento no solo es "inmortalizable" sino que la gente, toda la gente, se tiene que enterar de ello. Esto le ha venido de miedo a todo el mobile hardware en su inacabable guerra de pixeles, como a la industria creada a su vera, esa de aplicaciones "casi todo a 0,79" y que lo mismo te enlataban la más light de las versiones photoshop, como te venden homemade visual effects haciéndote creer que llevas dentro todo un artista. Y están los viralizadores, esos que aprovechan las redes desplegadas y te instan a multiplicar los efectos de tu reporterismo, con orden o sin él, pero para que no pierdas ningún hueco para ser notorio, y con la notoriedad, que tus imágenes entren en ese tráfico de siglo XXI, que no es más que contar tu vida y hacerle la publicidad a todo lo que se te ponga delante.
Por eso, aplicaciones como Superalbum dan en el blanco, porque todo lo que multiplique y te coloque más en el candelero - tu candelero - te gustará, primero por su comodidad de "broadcasting" después porque casi sin quererlo, serás más Truman que Truman

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