Puede que se vayan al Congo...belga


Bélgica es ese co-branding forzado entre gentes que a duras penas pueden verse y menos entenderse. Son dos mundos paralelos que han sido el resultado de estar en el medio de todas las expansiones - donde meto a nuestros tercios y la kermesse no-tan-heroica - y el reparto de todas las paces. 


Y si el follón ya data de por lo menos los tiempos de Asterix, el paso de los siglos no ha hecho sino abrir más la brecha entre francófonos y flamencos - qué gracia me hace este gentilicio, que es como para empezar a tocar palmas - y si no hay fronteras como tales, simplemente se debe a que allí se plantó el Mercado Común, les hicieron las carreteras todas ellas iluminaditas, y no hubo belga que se negara a ello. 

Belgas quieren, pues belgas seremos.

Hoy, amenazan en serio con romperse en dos, y que Flandes sea más que la sempiterna "aldea gala". Y en este amago de secesión, que como todos estos amagos, cogen importante carrerilla, a Europa le entra el "canguelo", ese que empieza por la nostalgia histórica, sigue por el desajuste institucional y termina por un "vaya, otro país más".

No, no es la vieja Yugoslavia y la olla a presión de Tito. Ni siquiera es Suiza, ese "3 en 1" que vende quesos y esconde dineros. 

Bélgica es ese insípido país llenito de funcionarios, pero que tiene la suerte de ser el corazón de la Europa unida. 


Por eso el estado de su marca extrañamente nos preocupa tanto.

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