Cositas con bicho dentro



Tan viejo como el intercambio es el gato por liebre. Puedo imaginármelo ya en los tiempos prehistóricos a la hora de comerciar con ganado – esa víctima propiciatoria de la tribu que aún no sabe contar – con los primeros inventores – finánciame y te daré un artilugio sorprendente - y por supuesto, en las remotas culturas mercantilistas basadas en las piedras preciosas, donde a más de uno algo que brillara más de lo normal le produciría ese efecto hipnótico por el que entregar hasta lo que no tiene y así poseer algo que cree vale mucho. Porque reluce y deslumbra.

Seguramente tenemos uno o varios genes listillos, que en comandita, nos hacen engañar. Como ADNs hay tantos como personas, lógicamente las motivaciones deben ser infinitamente diferentes…al menos hasta juntarnos con otros en los que observamos esas otras formas en las que no habíamos reparado y que también parecen funcionar. Ese buen tomar nota de muchos a la vez derivó en sistemas organizados que hoy heredamos.
Por mala fe, por necesidad, por gusanillo o por pura potra, el devenir de la humanidad ha estado siempre plagado de timos, y eso nos ha hecho tradicionalmente más sofisticados en este arte del te la cuelo, porque a la vez hemos debido convertirnos en más cautos.

Si lo piensan, los grandes timos siempre han sido disfrazados de ganga y envueltos en un discurso técnico que nos sonaba bien aunque no terminábamos de comprender del todo, pero donde nuestra capacidad de simplificación convertía la oferta en algo que o nos daba dinero o nos permitía gastar bastante menos. Es decir, intuíamos chollo. Y además, nos daba siempre la impresión de haber sido escogidos para aprovecharlo.
Las víctimas; los ingenuos, los avariciosos, los que van de listos y los desesperados. Pero olvidamos un tipo, que aún siendo víctima se convierte en criminal…
Les hablo de los reconductores, esos intermediarios que o porque se la han dado o porque son conscientes de podérsela dar a alguien – con un mayor beneficio – dirigen el timo hacia el siguiente eslabón en la cadena. Y su mérito será directamente proporcional al valor añadido aportado, lo que en muchos casos es sinónimo de packaging estratégico.

El ejemplo más elocuente es el de los ahora recién bautizados activos tóxicos. Esos productos que empezaron siendo una hipoteca de alto riesgo, que se meten en un bono con otros productos financieros de interesante inversión…y en el repackaging continuo, bancos se los pasan a bancos, bancos se los pasan a brokers, y brokers se los pasan a inversores en el asombroso juego de la Bolsa. En cada etapa, un nuevo nombre y un nuevo envoltorio, en un intento de ocultar sus orígenes y sus saltos. Hasta que todo se descubre al perder dramáticamente su valor – esas hipotecas que no se pagan – y en un velocísimo striptease, el super-producto deja la realidad al desnudo. El resto ya se lo saben; nadie conoce a nadie y por tanto, nadie se fía de nadie. Pim, pam, pum, crash, boooom y adiós…

Un timo técnicamente perfecto donde el engaño se ha deslizado entre tiburones, de ahí a los peces gordos, para terminar pringando a todos los pececillos de colores. Y en esa inmensa pecera estamos todos, aleteando o en el caprichoso movimiento del plácton.

Y usted que se creía tan listo, todavía mirando la apariencia de las manzanas del mercado por si tuvieran gusanos.

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