Turbantes, ropa cómoda y sin olvidar los kleenex
Lo que el petróleo (o la falta de él) y las "amistades peligrosas" (en forma de dólares o rublos) no terminaron de lograr, puede que un virus, un simple virus elevado a la categoría de plaga "bíblica" (pero de las del final del libro) empiece por resquebrajar ese falso mito de la unidad árabe, esa que mete en el mismo saco a los millonetis saudíes y a los piratas somalíes, a los cobardes kuwaitíes y a los atómicos iraníes, a los "y-tu-de-quién-eres" iraquíes y a los perejilianos marroquíes.
A La Meca, siempre se ha dicho, no debe faltar "ni dios" no solo porque lo ordene ese libro llamado Corán o esa marca llamada Islam. La ausencia es la debilidad más humillante ante el monstruo gordo de occidente, ese que se lo bebe crudo y se los come a cada salida de tono.
El ejemplo de la precavida Túnez - si se atreve - se verá con buenos ojos en el hemisferio norte, pero puede avivar los fantasmas "cismáticos" entre los millones de fieles que si lo son a su dios y a su profeta, lo son un poco menos al aliado de turno, dependiendo de si el que manda lleva ropas negras, barbas blancas o prominentes bigotes. Porque como a este mundo le dé por toser...
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