Cartoncitos, papelitos...y sin olvidar las tijeras
Cuando las cosas se ponen feas y se adivinan bolsillos cerrados y amas de casa con ojos solo para las etiquetas de aquí lo más barato, somos presa de estampitas. Si ese vale-descuento, versión moderna de los cupones y cartillas, y que nos da igual si para algo que necesitamos y por si pudiéramos en algún momento necesitarlo. Y si se acumulan, se combinan y además no caducan, mejor, que hay siempre sitio en cajones cocineros o en esa neveras ya llenas de cosas imantadas.
El vale-descuento es la fórmula más burda y sin embargo eficaz del marketing más entregado, esa que no queda bien impartir y recibir en los masters salvo que te toque un caso de hipermercado - que siempre caen - esa que todos entendemos a la primera, nos hace ilusión coleccionar y siempre se nos pasan los plazos al grito desesperado ese de "ayyyy, dónde narices metería yo esos cuponesss".
Pero españoles, en estas que no estamos solos, y ni ganamos a oportunistas, somos de "arruinar a la banca" (entiéndase, marca apresurada o establecimiento nervioso) a pesar del más de medio "kilito" de vales emitidos en el año en que todo se empezó a poner muy, muy negro. En Europa, la venta ya descontada es parte de sus vidas, seguramente desde la posguerra, y en Francia, no entienden comprar sin llevarse papelitos con un "menos" y un porcentaje en letras muy gordas.
Y por Estados Unidos, para que andarse con chiquitas, y a cada producto o lo que se parezca a él, la rebaja automática, porque son de frigoríficos más grandes, porque tienen tablones "to-do´s" que además leen y a veces respetan, porque se lo han visto hacer a Homer Simpson a cada episodio. Y con estadística en ristre, y en la era inmediatamente post subprime, tocaron a 11 por cabeza...
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